miércoles, 16 de abril de 2008

Berliner Halbmarathon und Halbmensch

Hace no demasiado, el 6 de Abril, participé en la media maratón de Berlín. La carrera en sí no tiene demasiado intríngulis: al ser una ciudad tan extensa es posible hacer 21 kilómetros dentro de ella sin problemas. Mucha gente animaba con pancartas, con tambores, golpeando dos botellas de plástico, gritando, algunos niños pequeños estiraban las manos para chocarlas con los corredores al pasar... En resumen: la ciudad respondió al evento.

Durante gran parte del recorrido, además de con el creciente dolor en los músculos y las articulaciones (debido a mi pobre entrenamiento), me entretuve con una pregunta que aún no acabo de saber responder. Aquel día corrimos aproximadamente unas veinticico mil personas. Sí, 25.000 personas. Cuando digo que corrimos quiero decir que nos esforzamos y sufrimos. Pero no sólo eso, sino que la mayor parte además pagamos (porque la inscripción costaba algo más de treinta euros). A eso hay que añadirle el entrenamiento que cada uno de nosotros (unos más y otros menos) necesitamos para completar la media maratón. ¿Cómo es posible conjugar a 25.000 personas para que sufran durante más de una hora, pagando, y además no obteniendo ningún resultado tangible? O, formulando esta pregunta desde un enfoque más práctico: ¿Qué sería necesario para implicar a la gente en tareas realmente útiles? Porque estoy seguro de que si se nos puede juntar para fatigarnos durante dos horas pagando, también se nos puede ganar para cualquier otra causa que además valga la pena.

Se despotrica mucho de la sociedad desconectada, del aislamiento del individuo en la era de las tecnologías... toda esa serie de pamplinas que tienen cierta base pero que no vienen a ser más que obviedades huecas. Dicen que el individuo no se siente parte de la sociedad, que no se esfuerza por ella... ¿Dónde está el tumor? ¿Cómo encajan estas dos realidades? La media maratón se organiza porque da dinero (a alguien le beneficia económicamente), quizás las cosas útiles no son rentables y por eso nadie las organiza... Pero si se organizaran, y vista la capacidad de estupidez del ser humano a principio de este mes, os aseguro que habría hondonadas de ayuda.
Share/Bookmark

martes, 1 de abril de 2008

La búsqueda de la infelicidad

La respuesta más manida que existe para la pregunta “¿Cuál es tu objetivo en la vida?” es nuestra automática e inconsciente frase “Ser feliz”. La verdad, no se puede culpar a nadie de esto. Es algo que emana de nuestra cultura; es algo que nos ha sido repetido tantas veces y de formas tan diversas que lo hemos hecho parte de nosotros. No hay ya un camino consciente y meditado a esa respuesta. Por eso mismo, quizás, ni siquiera nos planteamos la estupidez de esta comedia.

Hay dos maneras de ser feliz según nuestro imaginario cultural: la patata y el asno.

La felicidad de la patata es una felicidad, claro, de tubérculo. Una felicidad de estar bajo tierra, de dejarse arropar por el vientre cálido y tranquilo. Sin asomarse, sin crecer más que dentro de nuestra pequeña y contenida esfera. Una felicidad de sabor plano y romo, una felicidad monocroma y mísera. Ésta es, de nuestras dos opciones, la más detestable: la que aniquila al hombre; la que lo intenta reinsertar en una animalidad de la que somos ya indignos e incapaces. Felicidad sin objetivos, sin sueños, sin oxígeno. Así, nos decimos felices por habernos enterrado en vida, por no aspirar a nada, por habernos lobotomizado y convertido en autómatas, en tornillos, en un saco de vísceras que envejece y respira. Tal felicidad no sólo nos vuelve prescindibles para la historia, sino hasta para nosotros mismos.

El asno, el que aspira a ser feliz como asno, cree estar muy por delante de los anteriores. Es aquél que será feliz realizándose en su tarea diaria. Aquél que dará vueltas a la noria y se esmerará en los pequeños detalles: un círculo perfecto, un paso constante, una tracción suave y ligera… Así, progresivamente, irá puliendo cada arista de su función hasta llegar a lo que él considera como el mejor asno-arrastrador-de-noria posible. En ese momento, su misión se habrá realizado plenamente, ya no habrá un más allá, estará en la cúspide… Desde ese momento, se dedicará a mantenerse en plena forma, a no perder un ápice de su destreza: ha alcanzado la perfección, con ella la felicidad, y no quiere perderla. Tres pasos más a la derecha hay una tierra que nunca ha pisado, pero está fuera del círculo perfecto, ni siquiera se molestará en mirarla. Si girara la noria en el otro sentido, quizás sacaría más agua, pero eso contradice la perfección y queda automáticamente descartado. Esta es su felicidad de anteojeras, su felicidad yerma y aburrida, su perfecta felicidad.

En nuestro voluntario colaborar al engrisecer general no hemos querido dejarnos ni una chispa de atención. Hemos olvidado lo importante: sólo crecemos, sólo nos desarrollamos, sólo avanzamos en el conflicto, en la lucha. Necesitamos de la tensión, del sufrimiento, del miedo, del dolor –todas ésas cosas de las que nos han enseñado a huir como si quemaran. El obstáculo y la duda nos llevarán más lejos. Nos harán crecer, sublimes. Nos llevarán a una infelicidad salvaje, una infelicidad de danza de guerra, de abismos, una infelicidad indómita y libre.

Share/Bookmark