lunes, 27 de octubre de 2008

Special offer

Camino por una calle comercial de Solihull, Birmingham. Sin poder explicar por qué, me fijo de manera consciente en los letreros que invaden los escaparates. En colores chillones y grandes letras (fáciles de leer incluso desde el otro lado de la calle): Buy two, get one for free; Buy one, get one half price (que es, en realidad, la misma cosa); Sale; Further reductions inside; Special offer; Sell now, pay later; 50% discount; Be in it to win it; Loose weight and gain pounds; Half price, autumn's sale; Want to make money from a second property?... Este bombardeo se mueve conforme yo avanzo. Si me quedara quieto (si es que es posible quedarse quieto todavía), se convertiría en francotiradores con armas de gran calibre.

¿Qué queda aquí del hombre? ¿No ha quedado reducido a un generador de consumo? La persona, ese ser humano que salió de entre las piernas separadas de una mujer, chorreando líquido amniótico caliente; ese ser humano que será poco más tarde posiblemente dado a un agujero en la tierra en una caja de madera que le verá descomponerse; la persona, decía, empleará su breve tránsito vital en intentar generar el dinero que le permita aprovechar esas ofertas que "necesita". Asimismo, dedicará su exiguo tiempo libre a disfrutar de su exiguo dinero restante y de la ínfima y marchita alegría que le proporcionan esas tan trabajadas adquisiciones.

Estoy en Birmingham en lo que se ha dado en llamar "viaje de negocios", que en realidad se reduce a gastar medio millar de euros en desplazar a uno de esos perecederos seres humanos para ayudar a eliminar un problema que entorpece el funcionamiento de la gran máquina del consumo.

Quizás todo esto ofrece un retrato -seguramente parcial- no del todo inválido de nuestra sociedad, del tejido del cual somos una maldita y miserable fibra. Lo que me aterra, lo que de verás me da miedo, no es el cuadro en sí que aquí he esbozado. Lo que me hiela el puñado de nervios que bajan por la espina es mi incapacidad para pensar en una alternativa, la ausencia dura y dolorosa de una utopía.

P.S. For the sake of completeness, I'll also mention that all this useless reflection exercise was originally written at the "Shades of Raj", Indian restaurant. While two pints of Cobra and a chicken tikka with fried egg rice were pushed into my anxious organism.

P.S.2. The warm towel at the end of the dinner made all of this and even myself, really pointless.

P.S.3. The aftereight, though, brought me back to reality.

Share/Bookmark

sábado, 25 de octubre de 2008

OH.



El bar es oscuro y la madera de las paredes agarra a la luz que quiere escapar. Así ha sido desde hace muchos años, así seguirá siendo. Pero la madera no se sacia de su banquete luminoso.

Entro y me dejo disolver en la atmósfera de humo y música, despacio, como un terrón de azúcar sobre una cucharilla de absenta. Me suben por los pies y se infiltran en mí la música y el humo, hasta gotear despacio por las puntas de mis dedos cansados. Ahora soy invisible en este bar, invisible como lo son las gárgolas sentadas a la barra. Gárgolas invertidas por cuyas bocas entran lluvias de alcohol y sueños. El camarero orquesta presuroso la tempestad: un whiskey doble, un vodka, la propina, ¡hasta mañana! otro chupito, y otro…

Quince mesas metálicas
dormitan torturadas y vencidas.
Rojas batallas sonaron en sus lomos;
sollozos de gigantes derruidos;
penas hundidas,
penas
insondables y esquivas.
Ceniceros cilíndricos,
de vidrio basto tallado sin respeto,
acogieron incendios provocados;
apagaron las llamas del olvido.

En la mano sopeso,
tranquilo,
el minúsculo vaso:
la entrada a un paraíso alternativo.
Soy Notre Dame, me digo,
soy gótico y de piedra y, entonces, me decido.
Borbotea en mi garganta
hasta dejarse caer en mi vacío.
Vacío el vaso,
y yo también,
vacío.
Y empieza, muy despacio, el pequeño milagro del domingo.
Brotan dentro de mí dos manzanos prohibidos,
cabezas de dragones,
ayer, mañana: el tiempo de los muertos y los vivos.
Me giro y, en la puerta, veo esperarme al fantasma de mí mismo:
se ha quedado en la calle sosteniendo el hato de recuerdos que yo he sido.

El tiempo, desterrado, no se queda conmigo.
El reloj aburrido
deja pasar minutos y segundos, torpes, ciegos, cansinos…
los siento deslizarse por mis hombros dormidos.
Sólo tengo mis mil vasos pequeños, mil pequeños amigos,
los guardianes de un templo sumergido.
Ahí me refugio,
dentro,
muy adentro,
tan oscuro y tan tibio,
que pienso que me he muerto o no he nacido.
Y no quiero pensar que hay un futuro:
un fantasma incansable de mí mismo…
quiero volver
atrás
o
a ningún sitio.

Gritaros en la cara que no existo.

Share/Bookmark