domingo, 1 de marzo de 2009

Ojos de gasolina



Bajo a echar gasolina.

Hace frío y la pistola metálica pesa helada en mi mano. Liquidado eso, voy a pagar a la caja y hago cola tras otro bulto humano. Puedes pasar por esta caja, dice entonces una chica saliendo de algún sitio indeterminado tras el mostrador. El número cuatro, y le alargo la tarjeta de forma mecánica e indolente. La gira entre sus manos menudas para colocarla como corresponde antes de deslizarla por el lector. Mientras los datos arrancan en su vertiginoso descenso por el hilo de cobre, inesperadamente: ¿Colecciona usted puntos? La pequeña e inconveniente sorpresa me sacude de donde quiera que estuviera. Tch, no, no colecciono. Y la miro a los ojos mientras lo digo; en parte porque he abandonado demasiado rápido mi anterior refugio mental y ahora necesito algo a lo que asirme; en parte por una autoimpuesta voluntad de ser un ápice más humano que los ochenta kilos de carne deambulante que suelo ser. Y, coincidente en el tiempo, aunque me es imposible reproducirlo en este pobre y secuencial relato, salen las cuatro humildes palabras de mi boca y me maravillo. Me maravillo al encontrarme paseando por unos inmensos y joviales ojos de refrescante azul. Mi rostro, supongo, se contrae unos micrómetros involuntarios del gusto. Y esta información, la contracción, parte de mi cara como una bola de fuego catapultada de uno a otro lado del atónito mostrador. Sus ojos, aunque sin ella advertirlo en su consciencia, son golpeados entonces por ese nuevo matiz de mi expresión. Y ellos responden también con alborozo, con atómicas arrugas de alegría que equivalen a una amplia sonrisa que ella aún no hubiera pensado. La información vuelve ahora hollando el aire como una carga de caballería y, en el mismo instante en que esta inmensa ola rompe contra mí, se d..e...t....i....e.....n....e e...l t....i.....e......m......p.......o. .. .. . .... . .. .. .. .. . ...
Sólo por unas millonésimas de segundo, claro, nada obvio ni grosero, sólo la sensación de un minúsculo cambio en la velocidad de la muerte, el presentimiento de otros planetas habitados, la visión fugaz de un desierto. Y ya existe una mano estirada -no tendida- frente a mí, alargándome una inútil y plástica tarjeta de crédito. Muchas gracias y salgo invadido y azorado del local, a trompicones conmigo mismo.


Share/Bookmark