sábado, 30 de octubre de 2010

LA GUARDIA BLANCA - Mijaíl Bulgákov



«Durante toda su vida, hasta 1914, Kozir había sido maestro rural. El año catorce, al empezar la guerra, fue a parar a un regimiento de dragones, y en 1917 había sido ascendido a oficial. El amanecer del catorce de diciembre del dieciocho sorprendió a Kozir, al pie de la ventana, como coronel del ejército de Petliura sin que nadie —y menos que nadie el propio interesado— pudiera decir cómo habían rodado así las cosas. Y esto ocurrió porque la guerra era para él una verdadera vocación, mientras que la profesión de maestro no había sido más que un largo y tremendo error. Es algo, por lo demás, muy frecuente en nuestra vida. Durante veinte años uno se dedica a cualquier cosa, por ejemplo, a enseñar Derecho romano, y al veintiuno descubre de pronto que el Derecho romano no le importa lo más mínimo, no le gusta y ni siquiera lo comprende; en realidad es un excelente floricultor y siente un amor apasionado por las flores. Hay que suponer que esto obedece a la imperfección de nuestro régimen social, en el que muy a menudo la gente sólo logra ocupar el lugar que le corresponde al fin de su vida. Kozir pasó a ocuparlo a los cuarenta y cinco años. Hasta entonces había sido un mal maestro, cruel y aburrido.»
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martes, 5 de octubre de 2010

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Mi tía holga


El derecho a la huelga me parece, sinceramente, el derecho a la pataleta, a la rabieta, a decir “¡Eh, que estamos muy enfadados, que esas decisiones vuestras no nos gustan nada!”. Luego, que eso se traduzca en alguna rectificación por parte de los gobernantes ya es harina de otro costal. Y no estoy hablando de esta huelga concreta con estos gobernantes, me refiero a cualquier huelga. Porque la huelga viene a ser en la política lo que es la canción protesta en la música. Suena y suena y suena; pero ese soniquete no tiene ningún efecto en el mundo real.

Lo cierto es que considero las huelgas una forma un tanto primitiva de funcionar. En esta democracia —gobierno del pueblo— en la que el ciudadano supuestamente tiene la potestad de participar en el gobierno, lo único que se puede hacer en realidad es depositar un papelito cada cuatro años para votar por alguno de los partidos políticos que se presentan a las elecciones. Por descontado, son listas cerradas, así que no se puede votar a los individuos, sino a los partidos. Luego, como era de esperar, los ciudadanos no son consultados ni una sola vez hasta pasados otros cuatro años. En todo ese tiempo, el partido en el gobierno tomará las decisiones que estime oportunas según sus intereses políticos —más conocidos bajo el nombre de interés general—. Si alguna de esas decisiones no gusta, los ciudadanos podran optar por las siguientes opciones:
  • Aguantarse.
  • Poner los ojos en blanco.
  • Ir a un bar y poner verde al gobierno, en animada conversación con camarero y amigos.
  • Despotricar del gobierno junto con el gasolinero mientras se reposta.
  • Ver un canal de televisión contrario al gobierno, donde una serie de tertulianos encendidos despotrican. Por poco más de un euro, también, mandar un sms para que toda la audiencia vea su formada y bien argumentada opinión.
  • Colgar un comentario en algún periódico digital, cuidando de evitar términos como “hijos de puta”, para que su opinión no sea censurada.
  • Hacer huelga.
Todas estas opciones son igualmente efectivas.

Cuando era pequeño y me contaban lo de la democracia, en mi cabeza rondaba más bien la idea de una democracia participativa. Es decir, donde el ciudadano decide qué se hace y qué no se hace. Entiendo que organizar un referéndum en el S.XVIII era muy complicado, y parecía más eficaz que el ciudadano se inmiscuyera lo menos posible en la política —sin apartarlo del todo, no obstante, dejándolo expresarse una vez cada cuatro años—. Hoy día, sin embargo, cuando hay miles de terminales que podrían recoger el voto de los ciudadanos (estoy pensando desde los ordenadores personales hasta los cajeros automáticos), no entiendo por qué persistimos en el arcaismo de elegir a un grupo de personas que nos dirijan y, si algo no nos gusta, salir a la calle con banderas y pitos para demostrárselo. ¿No sería más fácil que participáramos desde un principio en la toma de decisiones?

Las huelgas huelgan, o menos huelga y más juerga.

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sábado, 25 de septiembre de 2010

Corominae Gratia

Exploring our roots, click on the picture to make it bigger. Thanks, Pol.


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domingo, 5 de septiembre de 2010

Subtitul_ando: The Office S02E07














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lunes, 30 de agosto de 2010

Rayos X

Entre, quítese la ropa excepto los calzoncillos y póngase esta bata. Deja una de esas batas que parecen de papel sobre la camilla. Es azul oscura. Sale de la habitación y me quedo acompañado de los gruesos brazos metálicos que descansan allí, dormidos del mundo. Visto la bata con la abertura por delante aunque tengo la certeza de que debería ser al revés. La chica, pudorosa, no entra, sino que introduce una mano menuda por la abertura de la puerta dándome a entender que está ahí fuera esperando a que yo termine. Cuando quiera. Entra, ahora sí, y prepara un lecho de placas. Colóquese aquí, con los pies juntos. Separe los brazos...así, agárrese aquí con las manos. Pegue la espalda a la parte de atrás. Ahora le diré que no respire y que respire, ¿de acuerdo? Asiento y quedo inmóvil viendo cómo ella sale y se coloca al otro lado de la ventanita que hay en la pared izquierda. El ojo de rayos me mira frente a frente, puedo sentir su respirar afilado e inmisericorde. ¡No respire! Y contengo el poco oxígeno que hay en ese momento en mis aburridos pulmones. ¡Clonc! Oigo el disparo y siento la ola de radiación atravesarme. La bata se mueve imperceptiblemente contra el vello del pecho, impulsada por dios sabe qué partículas subatómicas. Mis células quedan arrasadas. He sobrevivido, por ahora, a una pequeña catástrofe nuclear. Este procedimiento se repite otras dos veces, con distintas posturas. Ya no noto la oleada caliente de los rayos x, parezco estar acostumbrado a ella. Hemos terminado. Me visto y espero los resultados fuera. Son unas radiografías enormes, salgo a escala, casi de cuerpo entero. Veo mis costillas, mi columna vertebral, mi cráneo: los trozos de piedra que me sostienen.
Ya en casa, por la noche, siento los huesos cansados y doloridos, reblandecidos por ese mar de átomos que los ha doblegado. Mis células se duelen, no en su composición, sino en su dignidad.

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viernes, 27 de agosto de 2010

Subtitul_ando: The Office S02E06














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martes, 24 de agosto de 2010

Hommage à un cafard

¿Ahora?

La puerta se ha cerrado con un buen ¡tompf!. Afuera estaban los grillos dándole leña al mono. ¿Pero, por qué sigue encendido el televisor? No veo a nadie, aunque, claro, mi posición no es la mejor para estar seguros. Vuelvo atrás y cuento hasta seis: uno, dos, tres, y todo el rollo. La verdad, es un técnica absurda con un número al azar, pero me la enseñó mi madre cuando chico y no se me ocurre otra cosa ahora mismo: tengo que ir ipso facto al baño y no estoy para inventar la pólvora. Parece que se hubieran dejado la tele y la luz encendidas; es tarde ya, nadie cambia de canal y no me creo que estén viendo las noticias a las dos de la mañana: “este fin de semana el precio del cogollo ibérico ha alcanzado un máximo histórico...” La verdad, el Conde de Montecristo no ha estado mal, sólo el vestuario un poco flojo, y que ha acabado a las mil...

Bueno, voy, a la de tres —otro número al azar, la mitad de bueno que el anterior—: una, dos, y ¡tres! ¡Joder, stop, que es para el otro lado! Con la poca luz que hay aquí y el sueño que tengo, he salido hacia la puerta. Un momento... me ha parecido ver una sombra cruzarme por encima. ¡Cagando-leches-para-adentro! Un,dos,un,dos,un,dos... Uf, se me han puesto los corazones a mil. Si es que me lo dicen siempre, que al final me voy a meter en un lío gordo; pero es que concentrarme no es lo mío, y menos en estas condiciones. ¡Me cago en la leche! ¿Qué es eso? ¡Han metido un palo aquí abajo y viene para acá! Pues me voy aunque sea hacia la puerta... a que no me pillas... Oh, oh, oh, Achtung, media vuelta, retirada, que sí, que me pilla, y como no es grande ¡A cubiertooo! A ver, tranquilizarse, escuchar, pensar, ¿cómo iba eso?

Eh... parece que se va el grandullón. ¡Ahora o nunca! Si corro un poco, llego al baño en un plisplás. ¿Qué es ese silbido? Oye, y... ¿a qué huele aquí? Hmmm, qué bien hueleee, es como a rosas, es como a paraíso, eso o que estoy borracho, pero ¿he bebido? ¿El baño era por allí? Se me vuelca todo, me voy a poner a bailar: ¡una patita! ¡eh! ¡otra patita! ¡ay! Qué cansancio... cuesta horrores esto, mejor me tumbo, sí, sólo un momentín, un descansito, así, ¡ay-qué-bien!, así, boca arriba. Qué bieeen... Ya mañana si eso... ¡Ay!


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miércoles, 18 de agosto de 2010

Averías - Juan José Millás

Ahora, cuando llueve, parece que se ha estropeado algo. Cuando hace frío, también. Y cuando nieva. Todo lo que no está al servicio de la producción molesta. Sale uno a la calle y, si las condiciones atmosféricas no resultan neutrales, se cabrea, como cuando se le estropea el vídeo, la televisión o el microondas. Exigimos a la naturaleza que se comporte con el grado de fiabilidad de un electrodoméstico.
Asimismo, cuando nos duele un riñón o se nos inflaman las mucosas nasales, tendemos a pensar en el cuerpo como un aparato defectuoso, de ahí que las enfermedades nos provoquen el mismo tipo de irritación que cuando el coche no arranca. Además, como el servicio de posventa del cuerpo, que es la Seguridad Social, no funciona, la desesperación alcanza los mismos niveles que cuando se nos estropea la lavadora y el técnico tarda quince días en venir. Tiene uno un dolor de muelas que no le deja producir a gusto para contribuir al desarrollo del mercado, y resulta que el técnico de esa materia no le puede atender hasta dentro de un mes. Y eso que pagamos una cuota para hacer frente a estos imprevistos. ¿Podemos estar un mes con el coche roto, con el vídeo estropeado o con el lavavajillas inservible? No. Pues tampoco podemos estar un mes sin cuerpo o con el cuerpo en unas condiciones de rendimiento inferiores a los índices recomendados por la CE.
El otro día un trabajador llamó a su oficina diciendo que llegaría más tarde porque se le había estropeado el niño y el servicio técnico de urgencias todavía no había llegado. El niño tenía anginas y con lo del servicio técnico se refería al médico de cabecera.
Ya no podemos disfrutar de la lluvia ni del frío ni de una gripe que nos tenga tres días en cama leyendo Guerra y paz. Estamos electrodomesticados.
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lunes, 2 de agosto de 2010

LA REVOLUCIÓN - Sławomir Mrożek

En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.
Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.
Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.
La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo... Ah, si no fuera por ese "cierto tiempo". Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario.
Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.
Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.
Sí, ésa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez "cierto tiempo" también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio -es decir, el cambio seguía siendo un cambio-, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.
Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.
Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.

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miércoles, 7 de julio de 2010

SMIGLY: A Life


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jueves, 17 de junio de 2010

drEamS and NiGHtmAres

Persigue tus sueños o te perseguirán tus pesadillas.






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Рубцов мост

La carga del carro podría contener al universo: cajas de manzanas, camisas, tuberías, gallinas… en fin, todo lo que uno pueda imaginar (sí, sonajeros también) revuelto en un caos inconcebible e insuperable. Todo esto parecía ir persiguiendo lentamente a una mula enana, de la que el señor Grigory se pavoneaba de haber mandado sola a repartir, tan bien que conocía el camino. El constante tufillo a vodka del señor Grigory, sin embargo, hacía a muchos dudar de la proeza.

Treinta años estuvo Grigory Truglitschka con la misma minúscula mula, que al final no era más que un espantajo, repartiendo miserias por las calles. Le pedías cualquier cosa y veías su ceja alzarse y quedar suspendida unos segundos mientras repasaba las baratijas de su carro y, de repente, una chispa iluminaba sus ojos y se zambullía raudo como una comadreja para salir, al poco, triunfal, riéndose por toda la calle y levantando bien alto una espátula o una pecera. Al final, a la mulilla hubo que jubilarla, el carro se desintegró por sí mismo y volcaron sus trastos en una furgoneta abollada y enclenque que chirría a cada giro.

Del cajón de sastre del señor Grigory también salieron los hermanos Truglitschka, en completo desorden, cada uno de una mujer distinta que, en su momento, huyó, sobrepasada por esa vida de días arrumbados. Así, siempre he oído decir que en lo único que se parecen los Truglitschka es en el padre. Aparte de eso, guardan el mismo parecido que un adoquín, una flauta y un látigo. Textualmente: el adoquín es el gordo Oleg, que conduce la furgoneta con los ojos semicerrados, embutido como por milagro entre el volante y el asiento; la flauta sería Ilya que, largo y ausente, se tumba en la parte de atrás y se deja soñar hasta que le arrean para que se levante y ayude a descargar; y el látigo es Filat, copiloto, que grita incansable a Oleg en cada curva, intersección o incluso recta. Tanto, que la imagen de la furgoneta es indisociable del “¡A la derecha, Oleg, por dios santo! ¿Es que quieres que nos matemos?”.

En los últimos diez años, diez, los hermanos Truglitschka no han fallado ni un solo día; se han convertido en una hebra más del tiempo, con su traqueteo y su reptar ausente y despistado. Hoy, sin embargo, hay una nota vacilante en el deambular de la vieja furgoneta. Anoche escuché a madre en el rellano cuchicheando con Lena, la del cuarto:

¿Te has enterado, Lena? ¡Qué desgracia!

¿Qué ha sido, le ha pasado algo a tu niño?

No, no, quita, el niño está bien, los Truglitschka…

Y aquí madre rompió en un sollozo largo y suave, como el aspirar de un gato.

¿Los hermanos?

Al pobre Filat, dicen, se le ha explotado el corazón. Iba gritando alegremente por la Pyatnitskaya y, de golpe, se ha quedado mudo, la mano agarrotada en el pecho y… se ha ido.

¡Dios mío, con lo bueno que era! ¿Qué va a hacer Oleg sin él...?

¡Ay! Oleg…

Otro sollozo, ahora más doliente, como una rama que se quiebra lenta, cargada por la nieve.

Oleg, Lena… Oleg… ha saltado del puente Rubtsov, como poseído. Y resulta que el río estaba helado, duro como una piedra... Ni una pequeña grieta ha hecho el bueno de Oleg.

Hoy conduce Ilya la furgoneta. Él y su ensoñación lúgubre deambulan tan perdidos por Moscú… ¿Cómo seguir viviendo ahora, sin los Truglitschka?

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martes, 8 de junio de 2010

Ken Robinson - Revolution

If you are doing something you love, an hour feels like five minutes. If you are doing something that doesn't resonate with your spirit, five minutes feels like an hour.

Sir Ken Robinson: Bring on the learning revolution! | Video on TED.com
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domingo, 16 de mayo de 2010

Capitalismo hace casi cien años

Con el término "capitalismo" o "sistema capitalista" designamos aquel determinado estadio del desarrollo de la industria y de las instituciones legales en el cual el grueso de los trabajadores se encuentra separado de la propiedad sobre los instrumentos de la producción, de tal modo que se sitúan en la posición de asalariados cuya subsistencia, cuya seguridad y cuya libertad personal parecen depender de la voluntad de un sector relativamente reducido de la población, a saber: de aquellos que poseen -y que gracias a esa propiedad jurídica dominan- la organización de la tierra, la maquinaria y la fuerza de trabajo de la comunidad con la finalidad de obtener ganancias individuales y privadas para sí mismos.

La decadencia de la civilización capitalista. 1923. Sidney Webb.
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lunes, 12 de abril de 2010

German rythm


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jueves, 18 de marzo de 2010

We, the cattle


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viernes, 12 de marzo de 2010

Starting up degrowth

Como no supe poner bien el video, pues aquí dejo el enlace.

http://www.workersoftheworldrelax.org/index.php
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miércoles, 17 de febrero de 2010

Parking



Cincuenta minutos zigzagueando en círculos hasta que he encontrado una plaza de aparcamiento. Sobresaltos que resultaron ser vados, plazas para minusválidos, pasos de peatones o, peor aún, huecos demasiado pequeños para mi coche demasiado grande. La paciencia y el ánimo consiguen disiparse completamente en cincuenta minutos. Y no, no es una cuestión de actitud, esta ansiedad me crece siguiendo leyes físicas grabadas a adenina. Pienso que, al fin y al cabo, mis cincuenta minutos no suponen nada relevante por sí mismos. Pero, pongamos, unos cuantos miles, cientos de miles, miles de millones, buscarán aparcamiento hoy. Posiblemente hoy desperdicien el conjunto de una vida humana circulando ansiosos por hostiles ciudades -los ojos inquietos, las manos temblorosas. Y así, día tras día, la terrible divinidad del aparcamiento (un titán con cara de parquímetro) se cobra su tributo, satisfecho. El pobre, los domingos, tiene pésimo humor y pasa hambre.



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lunes, 8 de febrero de 2010

Ken Robinson says schools kill creativity | Video on TED.com


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