U nueve Richtung Osloerstraße (rijtun osloerestrase). A las siete de la tarde, la u nueve está lo suficientemente llena como para que se pueda calificar de “incómodo”. Un exceso de humanidad no compartida en cada vagón: manadas de asteroides. Abandonamos despacio (zurückbleiben, bitte!) Zoo y nos colamos en la negrura de los túneles. Arriba, seguramente, circulan coches aturdidos y peatones borrachos.
― Hansaplatz
Tomamos aire. Intercambiamos algunos cromos: dos turcos, un alemán y un chino por tres polacas, un negro, y otro alemán -éste sucio- con un perro –éste limpio-.
Zu Osloerstraße, einsteigen, bitte!
Zu Osloerstraße, zurückbleiben, bitte!
Pi-pi-pi... ¡¡Tomp!!
Las puertas chocan plásticas y expertas. Dejamos algo de nuestra inercia en Hansaplatz, nos oponemos… pero un duende azul eléctrico empuja al tren, despacio, de nuevo por los túneles. Aquí dentro reina una luz agotada que huele a armario. Resonamos contra los raíles dormidos, nosotros despiertos, en el sueño que va de un respiradero al siguiente.
― Turmstraße
Vaciamos de nuevo la vejiga dolorida y tirante. Una vieja, dos estudiantes con tacones y máscaras de rimel, auriculares Sony sobre una cabeza de niño. Todo esto y algunas esperanzas que escapan disparadas escaleras arriba. Entra una pareja. Bueno, entran muchos más, pero entra también una pareja. En una primera impresión llaman la atención por su estatura: les falta poco para ser bajos y
Zu Osloerstraße, einsteigen, bitte!
Zu Osloerstraße, zurückbleiben, bitte!
Pi-pi-pi... ¡¡Tomp!!
mucho para ser altos. Él recuerda dolorosamente a una oveja. No sé si sus ricitos lacios o la expresión vacía y suplicante. Ella, a su vez, se arrepiente de su vida. De cada minúscula parcela, pero, sobre todo, de estos segundos presentes que el túnel va engullendo. Merece más. Pero ya es tarde para arreglarlo. Todo esto me lo gritan sus párpados cansados.
La oveja aprieta insegura un panecillo. Lo aprieta como si no tuviera otra cosa a que agarrarse: algunas migas se suicidan alegres. “¿Por qué no me bajo?” Piensa ella. Quiere huir de la oveja que bala sonrisas serviles. Alguien dobla el Berliner Zeitung con un estrépito terrible, hay una mujer desnuda en la última página. La impresión en color sobre papel de periódico vuelve su cuerpo viejo y deslucido.
Han conseguido comunicarse. Ella se ha rendido.
― Birkenstraße
Ahora quiere entregarse, quiere llegar lo más cerca del cielo a lomos de su oveja. Poco a poco, se van envolviendo en una intimidad frágil y tensa. Cuando la aprietan
Zu Osloerstraße, einsteigen, bitte!
Zu Osloerstraße, zurückbleiben, bitte!
Pi-pi-pi... ¡¡Tomp!!
demasiado, algunas miradas se suicidan alegres sobre las collejas blandas de los pasajeros. “¡Si tan sólo pudiera estar erguido, quitar esa horrible curva de su espalda! Pero yo le enseñaré, yo lo transformaré…” Se apartan, incómodos, para dejar espacio a la señora que entra con una bicicleta verde. Una sonrisa enorme y fofa invade el hocico de la oveja. Ha divisado dos sitios y arrastra ufana a su pareja de la mano. Se sientan, abandonan el estrado. Ahora vuelven a ser dos ciudadanos grises como un número par. A partir de aquí, ya no sabremos nada más de ellos.
― Westhafen
Hay que hacer transbordo. Me escapo entre los azulejos amarillos que chillan en la estación. A mi espalda, amortiguado por el aire pesado y sucio, sigue resonando
Zu Osloerstraße, einsteigen, bitte!
Zu Osloerstraße, zurückbleiben, bitte!
Pi-pi-pi... ¡¡Tomp!!
Subo las escaleras de dos en dos. No tengo prisa, sólo es que me divierte. Respiro. El sol pone al rojo los raíles en su huída. El S42 está en camino.
― Hansaplatz
Tomamos aire. Intercambiamos algunos cromos: dos turcos, un alemán y un chino por tres polacas, un negro, y otro alemán -éste sucio- con un perro –éste limpio-.
Zu Osloerstraße, einsteigen, bitte!
Zu Osloerstraße, zurückbleiben, bitte!
Pi-pi-pi... ¡¡Tomp!!
Las puertas chocan plásticas y expertas. Dejamos algo de nuestra inercia en Hansaplatz, nos oponemos… pero un duende azul eléctrico empuja al tren, despacio, de nuevo por los túneles. Aquí dentro reina una luz agotada que huele a armario. Resonamos contra los raíles dormidos, nosotros despiertos, en el sueño que va de un respiradero al siguiente.
― Turmstraße
Vaciamos de nuevo la vejiga dolorida y tirante. Una vieja, dos estudiantes con tacones y máscaras de rimel, auriculares Sony sobre una cabeza de niño. Todo esto y algunas esperanzas que escapan disparadas escaleras arriba. Entra una pareja. Bueno, entran muchos más, pero entra también una pareja. En una primera impresión llaman la atención por su estatura: les falta poco para ser bajos y
Zu Osloerstraße, einsteigen, bitte!
Zu Osloerstraße, zurückbleiben, bitte!
Pi-pi-pi... ¡¡Tomp!!
mucho para ser altos. Él recuerda dolorosamente a una oveja. No sé si sus ricitos lacios o la expresión vacía y suplicante. Ella, a su vez, se arrepiente de su vida. De cada minúscula parcela, pero, sobre todo, de estos segundos presentes que el túnel va engullendo. Merece más. Pero ya es tarde para arreglarlo. Todo esto me lo gritan sus párpados cansados.
La oveja aprieta insegura un panecillo. Lo aprieta como si no tuviera otra cosa a que agarrarse: algunas migas se suicidan alegres. “¿Por qué no me bajo?” Piensa ella. Quiere huir de la oveja que bala sonrisas serviles. Alguien dobla el Berliner Zeitung con un estrépito terrible, hay una mujer desnuda en la última página. La impresión en color sobre papel de periódico vuelve su cuerpo viejo y deslucido.
Han conseguido comunicarse. Ella se ha rendido.
― Birkenstraße
Ahora quiere entregarse, quiere llegar lo más cerca del cielo a lomos de su oveja. Poco a poco, se van envolviendo en una intimidad frágil y tensa. Cuando la aprietan
Zu Osloerstraße, einsteigen, bitte!
Zu Osloerstraße, zurückbleiben, bitte!
Pi-pi-pi... ¡¡Tomp!!
demasiado, algunas miradas se suicidan alegres sobre las collejas blandas de los pasajeros. “¡Si tan sólo pudiera estar erguido, quitar esa horrible curva de su espalda! Pero yo le enseñaré, yo lo transformaré…” Se apartan, incómodos, para dejar espacio a la señora que entra con una bicicleta verde. Una sonrisa enorme y fofa invade el hocico de la oveja. Ha divisado dos sitios y arrastra ufana a su pareja de la mano. Se sientan, abandonan el estrado. Ahora vuelven a ser dos ciudadanos grises como un número par. A partir de aquí, ya no sabremos nada más de ellos.
― Westhafen
Hay que hacer transbordo. Me escapo entre los azulejos amarillos que chillan en la estación. A mi espalda, amortiguado por el aire pesado y sucio, sigue resonando
Zu Osloerstraße, einsteigen, bitte!
Zu Osloerstraße, zurückbleiben, bitte!
Pi-pi-pi... ¡¡Tomp!!
Subo las escaleras de dos en dos. No tengo prisa, sólo es que me divierte. Respiro. El sol pone al rojo los raíles en su huída. El S42 está en camino.
1 comentario:
La mística del metro y el transurbano, sí. Para entender que ahí dicen zurückbleiben hay que haber nacido en Unter den Linden, mínimo…
¿Para cuándo la historia de Pankrakus?
Un abrazo, Most Aachen.
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