La respuesta más manida que existe para la pregunta “¿Cuál es tu objetivo en la vida?” es nuestra automática e inconsciente frase “Ser feliz”. La verdad, no se puede culpar a nadie de esto. Es algo que emana de nuestra cultura; es algo que nos ha sido repetido tantas veces y de formas tan diversas que lo hemos hecho parte de nosotros. No hay ya un camino consciente y meditado a esa respuesta. Por eso mismo, quizás, ni siquiera nos planteamos la estupidez de esta comedia.
Hay dos maneras de ser feliz según nuestro imaginario cultural: la patata y el asno.
La felicidad de la patata es una felicidad, claro, de tubérculo. Una felicidad de estar bajo tierra, de dejarse arropar por el vientre cálido y tranquilo. Sin asomarse, sin crecer más que dentro de nuestra pequeña y contenida esfera. Una felicidad de sabor plano y romo, una felicidad monocroma y mísera. Ésta es, de nuestras dos opciones, la más detestable: la que aniquila al hombre; la que lo intenta reinsertar en una animalidad de la que somos ya indignos e incapaces. Felicidad sin objetivos, sin sueños, sin oxígeno. Así, nos decimos felices por habernos enterrado en vida, por no aspirar a nada, por habernos lobotomizado y convertido en autómatas, en tornillos, en un saco de vísceras que envejece y respira. Tal felicidad no sólo nos vuelve prescindibles para la historia, sino hasta para nosotros mismos.
El asno, el que aspira a ser feliz como asno, cree estar muy por delante de los anteriores. Es aquél que será feliz realizándose en su tarea diaria. Aquél que dará vueltas a la noria y se esmerará en los pequeños detalles: un círculo perfecto, un paso constante, una tracción suave y ligera… Así, progresivamente, irá puliendo cada arista de su función hasta llegar a lo que él considera como el mejor asno-arrastrador-de-noria posible. En ese momento, su misión se habrá realizado plenamente, ya no habrá un más allá, estará en la cúspide… Desde ese momento, se dedicará a mantenerse en plena forma, a no perder un ápice de su destreza: ha alcanzado la perfección, con ella la felicidad, y no quiere perderla. Tres pasos más a la derecha hay una tierra que nunca ha pisado, pero está fuera del círculo perfecto, ni siquiera se molestará en mirarla. Si girara la noria en el otro sentido, quizás sacaría más agua, pero eso contradice la perfección y queda automáticamente descartado. Esta es su felicidad de anteojeras, su felicidad yerma y aburrida, su perfecta felicidad.
En nuestro voluntario colaborar al engrisecer general no hemos querido dejarnos ni una chispa de atención. Hemos olvidado lo importante: sólo crecemos, sólo nos desarrollamos, sólo avanzamos en el conflicto, en la lucha. Necesitamos de la tensión, del sufrimiento, del miedo, del dolor –todas ésas cosas de las que nos han enseñado a huir como si quemaran. El obstáculo y la duda nos llevarán más lejos. Nos harán crecer, sublimes. Nos llevarán a una infelicidad salvaje, una infelicidad de danza de guerra, de abismos, una infelicidad indómita y libre.
Hay dos maneras de ser feliz según nuestro imaginario cultural: la patata y el asno.
La felicidad de la patata es una felicidad, claro, de tubérculo. Una felicidad de estar bajo tierra, de dejarse arropar por el vientre cálido y tranquilo. Sin asomarse, sin crecer más que dentro de nuestra pequeña y contenida esfera. Una felicidad de sabor plano y romo, una felicidad monocroma y mísera. Ésta es, de nuestras dos opciones, la más detestable: la que aniquila al hombre; la que lo intenta reinsertar en una animalidad de la que somos ya indignos e incapaces. Felicidad sin objetivos, sin sueños, sin oxígeno. Así, nos decimos felices por habernos enterrado en vida, por no aspirar a nada, por habernos lobotomizado y convertido en autómatas, en tornillos, en un saco de vísceras que envejece y respira. Tal felicidad no sólo nos vuelve prescindibles para la historia, sino hasta para nosotros mismos.
El asno, el que aspira a ser feliz como asno, cree estar muy por delante de los anteriores. Es aquél que será feliz realizándose en su tarea diaria. Aquél que dará vueltas a la noria y se esmerará en los pequeños detalles: un círculo perfecto, un paso constante, una tracción suave y ligera… Así, progresivamente, irá puliendo cada arista de su función hasta llegar a lo que él considera como el mejor asno-arrastrador-de-noria posible. En ese momento, su misión se habrá realizado plenamente, ya no habrá un más allá, estará en la cúspide… Desde ese momento, se dedicará a mantenerse en plena forma, a no perder un ápice de su destreza: ha alcanzado la perfección, con ella la felicidad, y no quiere perderla. Tres pasos más a la derecha hay una tierra que nunca ha pisado, pero está fuera del círculo perfecto, ni siquiera se molestará en mirarla. Si girara la noria en el otro sentido, quizás sacaría más agua, pero eso contradice la perfección y queda automáticamente descartado. Esta es su felicidad de anteojeras, su felicidad yerma y aburrida, su perfecta felicidad.
En nuestro voluntario colaborar al engrisecer general no hemos querido dejarnos ni una chispa de atención. Hemos olvidado lo importante: sólo crecemos, sólo nos desarrollamos, sólo avanzamos en el conflicto, en la lucha. Necesitamos de la tensión, del sufrimiento, del miedo, del dolor –todas ésas cosas de las que nos han enseñado a huir como si quemaran. El obstáculo y la duda nos llevarán más lejos. Nos harán crecer, sublimes. Nos llevarán a una infelicidad salvaje, una infelicidad de danza de guerra, de abismos, una infelicidad indómita y libre.
5 comentarios:
¿Pero la Patata no era una de Maristas a quien le gustaba el Pacorro?
Me he rasurado todo el cuerpo, me he lavado cinco veces, llevo los ropajes blancos, por lo tanto, creo que puedo aportar algo a este poste: ¡TROL!
Creo que puede ser un buen comienzo.
¿Trol? Me lo tomaré como un halago. Hala... go!
Vamos a ver, tu felicidad esta claro que es de patata (por ser la forma de tu cabeza).
Además noto cierto cariño a esta opción patatil en el texto..... aaaaala que manera de cebarse con "lah pataticash"
Por cierto, si el texto fuere original, te serían entregados mis puntos del Club Carrefour para rendirte pleitesía por lo excelso de tu intervención.
PD. Si es que Pacorro siempre ha sido un Latin Lover Underground.
Eso se llama un U-turn to Hell!
Buen apunte ese de crecer con los obstaculos y el dolor, para hacernos más fuertes y libres....pero tampoco hay que cebarse, que si no ya se convierte en vicio.
Quizás el truco sea la transmutacion continua entre tubérculo(que tambien tiene su merito), pollino y masoquista.:P
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