miércoles, 31 de octubre de 2007

Felicidades Aisladas

Barajas, una de la mañana. Un limpiador, con peinado pulcrísimo, se esmera silencioso por dejar el suelo reluciente sin molestar ni un poco a los que duermen. Lleva raya a la izquierda y un tatuaje inesperado en el brazo derecho. Los durmientes se reparten sobre los incómodos bancos diseñados, tal vez, para sentarse. Así, se ven obligados a ensayar un infinito repertorio de posturas: todas igual de molestas pero, en los primeros minutos, igual de soportables.

La cafetería está cerrada desde hace ya más de dos horas. Tiene sillas blancas de plástico que asemejan la cáscara de un huevo que alguien se hubiera entretenido en pulir. Lanzan destellos de autosatisfacción; tienen la autoestima bien alta; son bonitas, admiradas: son felices. Vivimos en un mundo —ahora, o quizás exclusivamente hoy, lo percibo— de destellos y aromas agradables. Un mundo en el que no se puede hacer una foto fea. También se vuelve cada vez más difícil fotografiar una sonrisa limpia. Cuba vive jedoch en la otra faz de la tierra. Es un estado gobernado por la mugre y lo decrépito. Un reino donde aún huele mal y hay charcos y barro por las calles. Los objetos no son felices en la isla: o al menos no disfrutan de la felicidad ostentosa de los nuestros. Los objetos allí son humildes y se esfuerzan por perdurar y funcionar: algunos lo consiguen, muchos no. Pero son objetos que habitan un mundo con sonrisas, un mundo en el que el ser humano no ha sido hipertensado para ser capaz de fabricar innúmeros objetos felices y perfectos. Por eso el hombre allí puede distender sus facciones en una carcajada no estudiada, no comandada por el estrés ni por el rol; gobernada exclusivamente por el goce.

No tengo conocimiento para valorar las cuestiones políticas. Y es algo que tampoco me interesa. Pero sí me interesa constatar que es posible —que existe— otro modelo de vida; que el hombre alberga aún la capacidad de sonreír. Ahora, sin embargo, entre nosotros, parece que sólo sonrieran las cosas.

Hay quizás en el mundo una cantidad fija de alegría que distribuimos entre personas y objetos. En un tiempo pareció que, con la ayuda de las máquinas, duplicaríamos la porción de alegría que toca a los hombres y éstos disfrutarían felices de más tiempo mientras las máquinas hacían objetos a su vez felices. No ha sido así. No.

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domingo, 28 de octubre de 2007

Eco Temprano ...ano de Hache Punto Miller ...iller

Soy un carguero rosa de vientre desvirgado por el óxido. Una mole, un coloso de hierros abrazados sin ira. Albergo unas bódegas lúgubres, tranquilas, tan sólo perturbadas por el canto fatal de los delfines —histeria colectiva, carcajadas pletóricas de oxígeno. Mi calado es constante y traicionero, diez metros vomitivos impasibles. Soy un desequilibrio involuntario y chistoso quizás para Newton y Arquímedes. Eureka si me hundiera, si a mí me fuera dado sumergirme nada más que dos puercos e insidiosos milímetros. Dos nada despreciables —para mí— milésimas de metro: la envergadura de una mosca enana o de una artificial y descatalogada mosquita del vinagre.
Así yerro, deambulo suspendido por dos fuerzas obtusas, propulsado por quién sabe qué impulso oscuro y ahora desmembrado. Un elefante rosa de branquias atrofiadas, una ballena rosa que sufre dermatitis galopante. Mil camarotes muertos de la risa, de frío, de miedo, de muerte natural y, sobre todo, de asco. Un patito de goma sonriente y con el vientre lleno de pitidos cree comandar la nave, cree entender cartas naúticas mugrientas —aceite, café y sangre—, cree incluso algunas tardes, que va a saber usar el astrolabio. Pero lo fabricaron, egoístas, patanes, lo fabricaron, los muy malnacidos, con las alas pegadas, con las puntas de éstas, más científicamente maldiciendo, agarradas con saña al chirriante y elíptico agujero del culo. Sonrisa imperturbable, eso sí, quizás de gozo o vicio o ambas cosas.
Así van siete eras, doscientas treinta y cuatro glaciaciones: varitas de merluza con y descongeladas. Y no he llegado a puerto; no he sido ni capaz de tropezarme un poco con la espuma festiva de las olas —el pato no vomita por su boca sellada. Sería, puede, si un griego con la boca repleta de centeno me juzgara, el fétido argumento de una tragedia obscena. Pero lo sería tanto, griego idiota, como el toser de un perro o un trozo de cecina. ¡Y una mierda! Aquí no hay más tragedia que la tuya, la intersección perversa —y también, a mi juicio, apriorísticamente inconsistente— de Kepler, Galileo, Arquímedes, Copérnico, y esa ristra imposible de morcillas. Sin olvidar tampoco a Heráclito, Parménides, la abuela tuerta del primo de Protágoras y algunos rayos UVA muy cabrones que cambiaron indemnes la adenina y timina.
Si fuera una pistola o una cabra... o un osito demente de rica gominola... pero soy un carguero rosa con cierto pabellón de Disneylandia, flotando aquí, encerrado, en esta libertad tan infinita que mis miedos pespuntan. ¿Dónde está el sumidero de esta charca? Homenaje a Coriolis y me pierdo, levógiro o dextrógiro, o como marque entonces la etiqueta. Viajo por cañerías, pi erre cuadrado y sigo sin espíritu, erre que erre, sigo, sin espíritu, ciego, melancólico, atónito... esdrújulo, en resumen. Sin prólogo, sin índice, escéptico y romántico, ditirámbico a ratos. Polifónico. Esperpéntico y críptico. Sobredosis de tilde, llanamente. Infradosis de vida, tristemente. O todo lo contrario. O nada, o nadie, o nueve, o una bola de nueve... o diez centímetros cuadrados tres cua... ¡cua! ¡Tripulación, despierte, naufragamos! Ciervos y yo subidos tres cua... ¡cua! ¡Tripulación! ¿me escucha? llena de dineros y Tanathos y Porthos y todo mosquetero sin mosquete, con sus moscas tan sólo, su mosqueo. ¿Naufragamos o coges un bote salvavidas? ¡Ay, iluso, no hay, iluso!
Y todo sería tan maravilloso... tanto... que no va a suceder.

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martes, 23 de octubre de 2007

Sobre la Semana de seis Días

Este texto va dirigido a aquellos que piensan que es posible vivir mejor y a los que les gustaría conseguirlo. Si no te cuentas entre el pequeño grupo que cumple ambas condiciones, lo más posible es que ni siquiera te interese.

Se trata de proponer unas condiciones de trabajo más humanas. Sobre esto se ha escrito mucho, ya Tomás Moro, en su Utopía, en el siglo XVI, propone lo siguiente:

“No comienzan su labor muy de mañana, ni trabajan continuamente, ni durante la noche, ni se fatigan con perpetua molestia como las bestias, porque es una infelicidad mayor que la de los esclavos la vida de los trabajadores que han de estar a su tarea sin descanso, como ocurre en todas partes, menos en Utopía.
Dividen el día y la noche en veinticuatro horas, dedicando seis horas diarias al trabajo, tres por la mañana, al final de las cuales van a comer. Tienen una siesta de dos horas después de la comida, y una vez descansados vuelven al trabajo por otras tres horas, que se terminan con la cena”.

De esto hace casi quinientos años. A día de hoy parece que sigue habiendo muchas cosas que podemos mejorar y aún estaríamos muy lejos de la utopía.

Una idea que normalmente uno no se plantea es la duración de una semana: siete días. Sin embargo, esto tiene una gran influencia en cómo distribuimos nuestro tiempo. Tendemos, normalmente, a trabajar días completos. Así, se ha establecido como generalidad una jornada de 40 horas, con 8 horas diarias durante cinco días. Seguidamente, se toman dos días de descanso. Ésta es, al menos, la jornada laboral teórica promedio.

Llega el momento de hacer algunas cuentas.

Con esa jornada laboral “promedio”, y suponiendo que cada día tiene ocho horas útiles laboralmente, se está dedicando al trabajo:




Bien, ésta es la distribución del tiempo útil laboralmente que tenemos actualmente, un 71,5% dedicado al trabajo y un 28,5% dedicado al descanso.

Se puede pensar, entonces, en otros modelos, en otras distribuciones del tiempo. La que propongo aquí consiste en una semana de seis días, en la que habría cuatro días de trabajo y dos días de descanso. Dicho así, puede uno pensar que eso sería inaceptable desde el punto de vista de la empresa, puesto que se trabajaría mucho menos. Bien, vamos a ver que, en realidad, debido a que las semanas son un día más cortas y se repiten, de alguna forma, “más frecuentemente”, la distribución del tiempo no cambia tanto.



Esto quiere decir que, con este modelo propuesto, sólo se estaría trabajando en realidad un 5% menos de tiempo (serían 2 horas menos en la actual jornada de 40 horas, o el equivalente a una jornada de 38 horas semanales, ya impuesta en muchas empresas en Europa). Sin embargo, soy de la opinión de que, con esta nueva distribución del tiempo, la sensación de tener más tiempo libre sería mayor que lo que los números indican. Así, el trabajador estaría probablemente más contento, tendría una mejor calidad de vida; y la empresa sólo estaría perdiendo un 5% del tiempo de trabajo.

Puede uno pensar que es imposible cambiar la duración de la semana. ¿Cómo vamos a hacer eso? Bueno, hasta donde yo sé, la duración de la semana no es ningún invariante universal, no es el valor de la aceleración de la gravedad, no es el cero absoluto ni la velocidad de la luz en el vacío. Es algo que hemos decidido nosotros. Simplemente habría que decidir cambiarlo. No digo que el proceso fuera sencillo, sino que no veo impedimento para conseguirlo. Podríamos, por ejemplo, quitar los lunes :o)

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