sábado, 17 de noviembre de 2007

¡Oh, Capitán, mi Capitán!

«Un día del verano de 1938, ofensiva del Ejército Nacional en Extremadura, en la siberia extremeña. Llegamos hasta el pueblo de Zarza Capilla donde se paró para establecer línea de frente. El mando me ordenó aparcar en un olivar cercano a la carretera. Allí nos repartimos por los olivos para comer algo y dormir un poco, porque estábamos despiertos desde madrugada. Nos repartimos por los olivos, a la sombra, y ocultamos los camiones lo mejor que pudimos. ¡Pero nuestro descanso duró poco! Apareció una escuadrilla de aviones enemigos que empezó a bombardearnos, atraídos por el cebo de los camiones. Yo, que estaba acostado debajo de un olivo, tumbado debajo de una manta, miré hacia arriba y vi caer las bombas desde un avión con un estruendo terrible. Es impresionante ver las bombas en busca de uno: pues los proyectiles de artillería no se ven aunque sí se oyen; pero como la velocidad de las bombas de aviación es menor, pues se ven venir, todas negras, y formando un estrépito terrible… La impresión era que me iban a caer todas las bombas en la cabeza.

Por un… reflejo involuntario, me agaché y salí a gatas hasta refugiarme detrás de un montón de piedras que había cerca, en una linde. Cayeron las bombas, ¡muy cerca! porque a mí me parecía que caían todas encima. Pero en fin... al fin se despejó la cosa y tuve… gracias a Dios de no recibir ninguna. Fui a recoger la manta y estaba hecha jirones.

Cada cual que explique el asunto como quiera.

Luego, para más… desgracia, tuve que recoger en una manta los trozos de cerebro de un sargento que estaba durmiendo muy cerca de mí.

Ahí termina la historia.
»


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martes, 13 de noviembre de 2007

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La primera abstracción es la palabra.

Todo proceso de resolución de un problema requiere, si ha de ser exitoso, de una adecuada identificación de las distintas variables en juego (esto, que es evidente en la ciencia, ocurre de igual manera en todos los campos del conocimiento que se enfrentan a la resolución de problemas). El hombre se enfrenta, desde hace ya unos miles de años, al problema Mundo. Más concretamente, a la proyección del problema Mundo que el hombre es capaz de percibir.

Para lidiar con ese problema muchos se han tomado la molestia antes de que naciéramos nosotros de identificar las variables. A cada variable le asignaron una combinación de sonidos (no única, pero sí única en cada lenguaje). Así, crearon un vastísimo registro de variables, traducibles más o menos completamente entre los distintos lenguajes. Nacieron las palabras.

En un segundo paso, otros (o quizás los mismos) se tomaron el trabajo de, a cada uno de esos sonidos o de esas combinaciones de sonidos, asignarle un símbolo o una combinación ellos. Nació la escritura.

Las palabras nos permiten estructurar el pensamiento. El texto que estás leyendo no es más que una sucesión de palabras, cada una con un reflejo sonoro, que están asociadas a conceptos u objetos. Desde que naciste has ido aprendiendo de manera inconsciente estas asociaciones que están, por así decirlo, acordadas. Así, si yo escribo manzana, no has podido evitar, al leerlo, pensar en una manzana (quizás roja, quizás amarilla, quizás verde, esa variable no había sido determinada, así que has tenido la libertad de pensarte tu propia manzana). Seguro que no has pensado en lo que llamamos piña, ni en lo que llamamos muelle o semicorchea.

Con las palabras construimos ideas y no las usamos sólo para comunicarnos. ¡Ni mucho menos! Estamos tan habituados a pensar con palabras que nuestro pensamiento interno lo estructuramos con palabras: “¡Vaya, ahora se pone a llover!” o “A ver si mañana me acuerdo y echo gasolina”. Pero todo sistema tiene sus desventajas. El que usamos para enfrentarnos al problema Mundo también las tiene:

En primer lugar, aunque cuesta ser conscientes de ello, estamos limitados por la definición de variables que hemos adquirido. Esto se ve muy a las claras comparando un idioma con otro: algunos tienen conceptos asociados a una palabra que en otros idiomas sólo se pueden aprehender ―y a veces vagamente― mediante una combinación de palabras. Algún lector traductor podrá poner ejemplos valiosos.

En segundo lugar, esa limitación se extiende de manera absoluta al terreno de lo “irracional” o lo “emocional”. Sí, porque hay una parte de nosotros que no se deja apresar por las palabras. De hecho, ya pensábamos antes de inventar el lenguaje…pero lo hacíamos sin palabras. Ahora, sin embargo, no somos capaces de pensar sin palabras. Eso hace que, a veces, intentemos abusar de las posibilidades que ofrecen. Son situaciones en las que intentamos traducir a palabras la tristeza, la ira, el amor, la agonía, el contento… Estas emociones, que tienen una conexión mucho más directa con nosotros, son pobremente representadas por el lenguaje.

En tercer lugar, carecemos comúnmente de la capacidad de definir nuevas palabras. Sí las tenemos para las innovaciones en lo material, social, técnico, artístico, científico… No las tenemos sin embargo en lo humano. Una explicación de esto podría ser que el hombre en realidad no ha cambiado y no necesita nuevas palabras. Pero también podría uno pensar que el conjunto de palabras que le ha sido dado no es suficiente. En cualquier caso, es un enfoque complicado, ya que, al estructurar nuestro pensamiento con palabras, debemos cambiar un sistema basándonos en él… la ―quizás― imposibilidad de levantarnos por encima del sistema que usamos (el teorema de incompletitud de Gödel).

Y esto es sólo un ingenuo listado. El comienzo de una recopilación imposible.

La palabra, como primera abstracción, es la base para la creación de nuevas abstracciones: progreso, trabajo, libertad, muerte… pero sobre esto quizás escriba más adelante.

Vale.

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jueves, 1 de noviembre de 2007

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