«Un día del verano de 1938, ofensiva del Ejército Nacional en Extremadura, en la siberia extremeña. Llegamos hasta el pueblo de Zarza Capilla donde se paró para establecer línea de frente. El mando me ordenó aparcar en un olivar cercano a la carretera. Allí nos repartimos por los olivos para comer algo y dormir un poco, porque estábamos despiertos desde madrugada. Nos repartimos por los olivos, a la sombra, y ocultamos los camiones lo mejor que pudimos. ¡Pero nuestro descanso duró poco! Apareció una escuadrilla de aviones enemigos que empezó a bombardearnos, atraídos por el cebo de los camiones. Yo, que estaba acostado debajo de un olivo, tumbado debajo de una manta, miré hacia arriba y vi caer las bombas desde un avión con un estruendo terrible. Es impresionante ver las bombas en busca de uno: pues los proyectiles de artillería no se ven aunque sí se oyen; pero como la velocidad de las bombas de aviación es menor, pues se ven venir, todas negras, y formando un estrépito terrible… La impresión era que me iban a caer todas las bombas en la cabeza.
Por un… reflejo involuntario, me agaché y salí a gatas hasta refugiarme detrás de un montón de piedras que había cerca, en una linde. Cayeron las bombas, ¡muy cerca! porque a mí me parecía que caían todas encima. Pero en fin... al fin se despejó la cosa y tuve… gracias a Dios de no recibir ninguna. Fui a recoger la manta y estaba hecha jirones.
Cada cual que explique el asunto como quiera.
Luego, para más… desgracia, tuve que recoger en una manta los trozos de cerebro de un sargento que estaba durmiendo muy cerca de mí.
Ahí termina la historia.»
Por un… reflejo involuntario, me agaché y salí a gatas hasta refugiarme detrás de un montón de piedras que había cerca, en una linde. Cayeron las bombas, ¡muy cerca! porque a mí me parecía que caían todas encima. Pero en fin... al fin se despejó la cosa y tuve… gracias a Dios de no recibir ninguna. Fui a recoger la manta y estaba hecha jirones.
Cada cual que explique el asunto como quiera.
Luego, para más… desgracia, tuve que recoger en una manta los trozos de cerebro de un sargento que estaba durmiendo muy cerca de mí.
Ahí termina la historia.»