miércoles, 18 de agosto de 2010

Averías - Juan José Millás

Ahora, cuando llueve, parece que se ha estropeado algo. Cuando hace frío, también. Y cuando nieva. Todo lo que no está al servicio de la producción molesta. Sale uno a la calle y, si las condiciones atmosféricas no resultan neutrales, se cabrea, como cuando se le estropea el vídeo, la televisión o el microondas. Exigimos a la naturaleza que se comporte con el grado de fiabilidad de un electrodoméstico.
Asimismo, cuando nos duele un riñón o se nos inflaman las mucosas nasales, tendemos a pensar en el cuerpo como un aparato defectuoso, de ahí que las enfermedades nos provoquen el mismo tipo de irritación que cuando el coche no arranca. Además, como el servicio de posventa del cuerpo, que es la Seguridad Social, no funciona, la desesperación alcanza los mismos niveles que cuando se nos estropea la lavadora y el técnico tarda quince días en venir. Tiene uno un dolor de muelas que no le deja producir a gusto para contribuir al desarrollo del mercado, y resulta que el técnico de esa materia no le puede atender hasta dentro de un mes. Y eso que pagamos una cuota para hacer frente a estos imprevistos. ¿Podemos estar un mes con el coche roto, con el vídeo estropeado o con el lavavajillas inservible? No. Pues tampoco podemos estar un mes sin cuerpo o con el cuerpo en unas condiciones de rendimiento inferiores a los índices recomendados por la CE.
El otro día un trabajador llamó a su oficina diciendo que llegaría más tarde porque se le había estropeado el niño y el servicio técnico de urgencias todavía no había llegado. El niño tenía anginas y con lo del servicio técnico se refería al médico de cabecera.
Ya no podemos disfrutar de la lluvia ni del frío ni de una gripe que nos tenga tres días en cama leyendo Guerra y paz. Estamos electrodomesticados.
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