martes, 30 de agosto de 2011

Caravana


Bajo la tersa noche se arrastran mansamente los camellos. Corre un viento ligero que nos seca hasta el alma. Un rasgar cadencioso entre la arena, un remolino agitando nuestras ropas, el borbotear del agua en las profundas entrañas de un camello, esto es lo único que oímos. Arriba, las estrellas nos observan curiosas, el gusano que somos de camellos y hombres. Abajo, minúsculos cristales de piedra nos soportan, haciéndose ligeramente a un lado a cada paso, refundiendo la piel suave y sedosa del desierto. Todo se ha hecho infinito: el perfil ondulante de las dunas, los segundos, la bóveda celeste, la cadencia tranquila del camello. Así, dejamos desvariar nuestra noción del tiempo: somos una caravana de sal, comerciantes tuareg, exploradores... un enjambre de células a lomos de otro enjambre, entre dos infinitos con arena y estrellas.




Share/Bookmark