La primera abstracción es la palabra.
Todo proceso de resolución de un problema requiere, si ha de ser exitoso, de una adecuada identificación de las distintas variables en juego (esto, que es evidente en la ciencia, ocurre de igual manera en todos los campos del conocimiento que se enfrentan a la resolución de problemas). El hombre se enfrenta, desde hace ya unos miles de años, al problema Mundo. Más concretamente, a la proyección del problema Mundo que el hombre es capaz de percibir.
Para lidiar con ese problema muchos se han tomado la molestia antes de que naciéramos nosotros de identificar las variables. A cada variable le asignaron una combinación de sonidos (no única, pero sí única en cada lenguaje). Así, crearon un vastísimo registro de variables, traducibles más o menos completamente entre los distintos lenguajes. Nacieron las palabras.
En un segundo paso, otros (o quizás los mismos) se tomaron el trabajo de, a cada uno de esos sonidos o de esas combinaciones de sonidos, asignarle un símbolo o una combinación ellos. Nació la escritura.
Las palabras nos permiten estructurar el pensamiento. El texto que estás leyendo no es más que una sucesión de palabras, cada una con un reflejo sonoro, que están asociadas a conceptos u objetos. Desde que naciste has ido aprendiendo de manera inconsciente estas asociaciones que están, por así decirlo, acordadas. Así, si yo escribo manzana, no has podido evitar, al leerlo, pensar en una manzana (quizás roja, quizás amarilla, quizás verde, esa variable no había sido determinada, así que has tenido la libertad de pensarte tu propia manzana). Seguro que no has pensado en lo que llamamos piña, ni en lo que llamamos muelle o semicorchea.
Con las palabras construimos ideas y no las usamos sólo para comunicarnos. ¡Ni mucho menos! Estamos tan habituados a pensar con palabras que nuestro pensamiento interno lo estructuramos con palabras: “¡Vaya, ahora se pone a llover!” o “A ver si mañana me acuerdo y echo gasolina”. Pero todo sistema tiene sus desventajas. El que usamos para enfrentarnos al problema Mundo también las tiene:
En primer lugar, aunque cuesta ser conscientes de ello, estamos limitados por la definición de variables que hemos adquirido. Esto se ve muy a las claras comparando un idioma con otro: algunos tienen conceptos asociados a una palabra que en otros idiomas sólo se pueden aprehender ―y a veces vagamente― mediante una combinación de palabras. Algún lector traductor podrá poner ejemplos valiosos.
En segundo lugar, esa limitación se extiende de manera absoluta al terreno de lo “irracional” o lo “emocional”. Sí, porque hay una parte de nosotros que no se deja apresar por las palabras. De hecho, ya pensábamos antes de inventar el lenguaje…pero lo hacíamos sin palabras. Ahora, sin embargo, no somos capaces de pensar sin palabras. Eso hace que, a veces, intentemos abusar de las posibilidades que ofrecen. Son situaciones en las que intentamos traducir a palabras la tristeza, la ira, el amor, la agonía, el contento… Estas emociones, que tienen una conexión mucho más directa con nosotros, son pobremente representadas por el lenguaje.
En tercer lugar, carecemos comúnmente de la capacidad de definir nuevas palabras. Sí las tenemos para las innovaciones en lo material, social, técnico, artístico, científico… No las tenemos sin embargo en lo humano. Una explicación de esto podría ser que el hombre en realidad no ha cambiado y no necesita nuevas palabras. Pero también podría uno pensar que el conjunto de palabras que le ha sido dado no es suficiente. En cualquier caso, es un enfoque complicado, ya que, al estructurar nuestro pensamiento con palabras, debemos cambiar un sistema basándonos en él… la ―quizás― imposibilidad de levantarnos por encima del sistema que usamos (el teorema de incompletitud de Gödel).
Y esto es sólo un ingenuo listado. El comienzo de una recopilación imposible.
La palabra, como primera abstracción, es la base para la creación de nuevas abstracciones: progreso, trabajo, libertad, muerte… pero sobre esto quizás escriba más adelante.
Vale.
Todo proceso de resolución de un problema requiere, si ha de ser exitoso, de una adecuada identificación de las distintas variables en juego (esto, que es evidente en la ciencia, ocurre de igual manera en todos los campos del conocimiento que se enfrentan a la resolución de problemas). El hombre se enfrenta, desde hace ya unos miles de años, al problema Mundo. Más concretamente, a la proyección del problema Mundo que el hombre es capaz de percibir.
Para lidiar con ese problema muchos se han tomado la molestia antes de que naciéramos nosotros de identificar las variables. A cada variable le asignaron una combinación de sonidos (no única, pero sí única en cada lenguaje). Así, crearon un vastísimo registro de variables, traducibles más o menos completamente entre los distintos lenguajes. Nacieron las palabras.
En un segundo paso, otros (o quizás los mismos) se tomaron el trabajo de, a cada uno de esos sonidos o de esas combinaciones de sonidos, asignarle un símbolo o una combinación ellos. Nació la escritura.
Las palabras nos permiten estructurar el pensamiento. El texto que estás leyendo no es más que una sucesión de palabras, cada una con un reflejo sonoro, que están asociadas a conceptos u objetos. Desde que naciste has ido aprendiendo de manera inconsciente estas asociaciones que están, por así decirlo, acordadas. Así, si yo escribo manzana, no has podido evitar, al leerlo, pensar en una manzana (quizás roja, quizás amarilla, quizás verde, esa variable no había sido determinada, así que has tenido la libertad de pensarte tu propia manzana). Seguro que no has pensado en lo que llamamos piña, ni en lo que llamamos muelle o semicorchea.
Con las palabras construimos ideas y no las usamos sólo para comunicarnos. ¡Ni mucho menos! Estamos tan habituados a pensar con palabras que nuestro pensamiento interno lo estructuramos con palabras: “¡Vaya, ahora se pone a llover!” o “A ver si mañana me acuerdo y echo gasolina”. Pero todo sistema tiene sus desventajas. El que usamos para enfrentarnos al problema Mundo también las tiene:
En primer lugar, aunque cuesta ser conscientes de ello, estamos limitados por la definición de variables que hemos adquirido. Esto se ve muy a las claras comparando un idioma con otro: algunos tienen conceptos asociados a una palabra que en otros idiomas sólo se pueden aprehender ―y a veces vagamente― mediante una combinación de palabras. Algún lector traductor podrá poner ejemplos valiosos.
En segundo lugar, esa limitación se extiende de manera absoluta al terreno de lo “irracional” o lo “emocional”. Sí, porque hay una parte de nosotros que no se deja apresar por las palabras. De hecho, ya pensábamos antes de inventar el lenguaje…pero lo hacíamos sin palabras. Ahora, sin embargo, no somos capaces de pensar sin palabras. Eso hace que, a veces, intentemos abusar de las posibilidades que ofrecen. Son situaciones en las que intentamos traducir a palabras la tristeza, la ira, el amor, la agonía, el contento… Estas emociones, que tienen una conexión mucho más directa con nosotros, son pobremente representadas por el lenguaje.
En tercer lugar, carecemos comúnmente de la capacidad de definir nuevas palabras. Sí las tenemos para las innovaciones en lo material, social, técnico, artístico, científico… No las tenemos sin embargo en lo humano. Una explicación de esto podría ser que el hombre en realidad no ha cambiado y no necesita nuevas palabras. Pero también podría uno pensar que el conjunto de palabras que le ha sido dado no es suficiente. En cualquier caso, es un enfoque complicado, ya que, al estructurar nuestro pensamiento con palabras, debemos cambiar un sistema basándonos en él… la ―quizás― imposibilidad de levantarnos por encima del sistema que usamos (el teorema de incompletitud de Gödel).
Y esto es sólo un ingenuo listado. El comienzo de una recopilación imposible.
La palabra, como primera abstracción, es la base para la creación de nuevas abstracciones: progreso, trabajo, libertad, muerte… pero sobre esto quizás escriba más adelante.
Vale.
2 comentarios:
Cloaca.
Por mucho que digan,¡qué bien suena!
Bueno, no tengo yo tan claro que la primera abstracción sea la palabra, más bien creo que la primera abstracción es la imagen mental en ausencia del objeto y de ella surge el lenguaje (pensamiento icónico). Aunque si el hecho de conformar una imagen de un objeto en ausencia de ese objeto no lo consideramos abstracción, quizá también deberíamos pensar en la lógica formal como precursor del pensamiento abstracto (y, por ende, del lenguaje).
Está claro que las palabras son una de las formas en las que podemos estructurar los pensamientos. Pero hay otras que conocemos y usamos (aritmética globular, paisajes-pensamiento... configuraciones de un espacio mental formal, pero casi sensorial).
Estoy de acuerdo en que si tú dices manzana, yo pienso manzana (en general), pero no creo que yo piense manzana-palabra cuando me apetece la manzana-objeto. Yo creo que la cuestión esencial no es que pensemos con el lenguaje, sino que éste es la forma más extendida, completa y comprensible, que no la única, que tenemos de transmitir esos pensamientos.
A su vez, estoy de acuerdo en la limitación del lenguaje como medio de expresión sentimental (no siempre, pues hay textos que transmiten muchísimo), pero creo que eso lo suplimos con la música, el ritmo, los gestos y otra serie de elementos que conforman otro lenguaje, más universal (aunque no del todo), que a veces pasamos por alto.
Si hacemos algo de caso a Chomsky (nunca demasiado pues está bastante más colgado que nosotros, y ya es decir), podemos pensar que la gramática generativa y la sintaxis profunda son algo innato en el cerebro. Pero quizá no lo único si atendemos a Gauss (Disquisitiones Arithmeticae) y su aritmética globular (desarrollada en el siglo XX por gente como Ian Stewart). O los esquemas primordiales de Marr para el procesamiento de la percepción visual.
Por último, y dejando el tema abierto, ¿cómo encajarían la afasia y la agnosia en este sistema que no permite definir lo humano?
Publicar un comentario